Conde de San Cristóbal, nobleza obliga
Oculta a miradas curiosas, Conde de San Cristóbal emerge como una joya escondida entre valles y suaves colinas. Rodeada de viñedo a modo de château francés, se alza una edificación entre señorial y acogedora, que invita a entrar y a perder la noción del tiempo.
Una vez aquí, urge olvidarse del mundo y sumergirse en la historia. Y eso precisamente constituye su atractivo: nos encontramos en el corazón de La Ribera del Duero, pero incluso la cercana Peñafiel con su castillo se nos antoja lejana.
La historia de Conde de San Cristóbal está unida a la de quien ostenta este título de nobleza, más como un orgullo que como un privilegio: don Pelayo de la Mata, también Marqués de Vargas y dueño de otras dos bodegas cuyos vinos podemos darnos el gusto de degustar aquí, Marqués de Vargas y Pazo de San Mauro.
Disfrutamos de ellos en un ambiente relajado, en una sala de cata que no parece sala y mucho menos de cata, sino más bien el confortable cuarto de estar de nuestra amable anfitriona, María, que nos ofrece un aperitivo mientras nos insta a descubrir y a discutir las diferencias y semejanzas entre dos de sus grandes vinos: un Rioja, Marqués de Vargas, y un Ribera, Conde de San Cristóbal, nacidos con vocación de reflejar lo mejor de su tierra sin llegar a hacerse sombra. Les preceden dos teloneros de excepción: un exquisito albariño de Rías Baixas con la firma de Pazo de San Mauro y un atrevido rosado de la Ribera, Flamingo rosé, que en una maceración fugaz ha sabido extraer todo el partido de la Tempranillo.
Quien quiera alargar tan noble experiencia, que pruebe a quedarse a comer acompañado de Jorge, que, como todo buen enólogo, es también buen cocinero y dicen que no hay chuletilla de lechazo que se le resista. Pero eso ya son palabras mayores y para unos pocos elegidos.
Conde de San Cristóbal, Peñafiel, D.O. Ribera del Duero